* * * Capítulo 1 * * *
Vivencia y Conciencia
En la primavera de 1987 tuve una fuerte experiencia con lo que podría
definir como la conciencia del mundo, no sólo un vislumbre
intelectual de que el mundo que nos rodea es algo maravilloso, misterioso
y que nos sostiene, sino una vivencia real de la dilución de
los límites entre el adentro y el afuera, una certeza que lo
de “afuera” está tan imbuido de un fuego vital
como mi propio interior.
Un año antes
Liliana, su hija, y mis tres hijos habíamos llegado adonde
actualmente vivimos, un pueblito serrano que por entonces era maravilloso
y poseía un aura mágica que poco a poco está
desapareciendo de la mano de la urbanización y de un progreso
que no necesitamos, pero que las multinacionales y los gobiernos serviles
nos saben vender tan bien.
Al poco tiempo de llegar, en el verano, imbuidos ambos, mi pareja
y yo, de ese fuego vital, impulsados por la magia de un entorno que
bullía de naturaleza, engendramos una niña que para
mí fue mi cuarto vástago, mientras que para Liliana,
su segunda hija.
Desde que supimos de su existencia, comenzamos a prepararnos para
recibirla de una manera bastante diferente a como llegaron al mundo
sus medio-hermanitos en clínicas u hospitales. Al momento de
nacer, sólo estábamos Liliana y yo. Fue una experiencia
indescriptible, realmente se paró el mundo, se detuvieron los
engranajes intelectuales, se fundió el antes con el después
en un presente sin tiempo y quedé abierto a vivenciar las vibraciones
del mundo como nunca las había percibido y a sentir la enorme
beatitud de la naturaleza.
¿Cómo
puede ser que algo tan maravilloso como este cosmos que nos envuelve
pueda ser considerado solamente materia y energía, espacio
y tiempo? Debe haber algo más... y no me refiero a esa ambigüedad
que muchos llaman “dios” y que pareciera estar fuera del
mundo: hablar de dios es cerrar, de manera simple e ingenua, el camino
hacia el misterio, hacia la búsqueda, la real aventura del
conocimiento, el ansia de descubrir, la necesidad de sabiduría.
El ojo de la aguja
Soy un hijo de la razón y de la ciencia aunque el racionalismo
tiene que tener un límite y el cientificismo tiene la limitación
de sus modelos para entender la realidad, ambos pueden trascenderse,
y por sobre todo las instituciones científicas burocratizadas
y mercantilizadas por un sistema que no financia la Investigación,
sino que sólo invierte en investigaciones redituables, sean
en dinero o en poder.
Esta ciencia prostituída
se vuelve sospechosa para un público que termina mordiendo
el anzuelo de seudo investigadores que toman algunas verdades parciales
fuera de contexto, arman una gran mentira y venden miles de ejemplares,
haciendo su aporte a la confusión generalizada.
Es difícil
transitar entre estas dos falacias y elevarse por sobre ellas, por
eso es que le tengo una gran admiración al investigador inglés
James Lovelock, pues él lo consiguió.
Gaia
Hace unos años unos amigos se embarcaron
en un proyecto editorial de una revista alternativa que finalmente
nunca se concretó a pesar de que recolectaron material más
que interesante tanto en cantidad como en calidad.
Por ese entonces
me pidieron que escribiera algo para la futura revista y les presenté
este material, basado en las ideas de James Lovelock y que ellos editaron:
La idea de que la Tierra está viva es tal vez tan
vieja como la humanidad. Sin embargo, a lo largo de los siglos la
noción de la Madre Tierra, sostenedora de la Vida, fue reemplazada
por la del Dios creador y a medida que las ciudades crecieron y alejaron
a los hombres de la Naturaleza, y se transformaron en el centro de
las ideas y la Cultura, la humanidad terminó por perder completamente
el sentimiento de vínculo con la Tierra y de identidad con
el planeta. La divergencia secular entre ciencia y religión,
también aportó lo suyo para que olvidemos que “no
vinimos a este mundo sino que brotamos de él” (Alan Watts).
Es posible que
la humanidad haya comenzado lentamente a recuperar el sentido de la
Madre Tierra desde que la Apollo 8, al circunvalar la Luna el 21 de
Diciembre de 1968, enviara una de las fotografías más
impresionantes y que siempre recordaremos: la instantánea de
la Tierra colgando en el espacio y emergiendo sobre el horizonte lunar.
Acerca de esto escribió Lewis Thomas: “Vista desde la
Luna, lo que más sorprende de la Tierra, flotando libremente
dentro de una membrana húmeda, es que está viva”.
Esta visión,
junto a la progresiva toma de conciencia ambientalista y la necesidad
creciente de que ciencia y religión converjan hacia una visión
holística de la Naturaleza, favorecieron el desarrollo y la
lenta aceptación de la teoría de Lovelock; Gaia es la
base de un nuevo punto de vista que unifica a las ciencias de la Vida
y de la Tierra. Concretamente, esta teoría dice que la
temperatura superficial, el estado de oxidación y acidez, la
salinidad de los mares y otros parámetros fisicoquímicos
del planeta, se mantienen constantes por procesos homeostáticos
que la biósfera lleva a cabo automática e inconscientemente.
Por lo tanto el
ambiente es una parte activa de la vida, y la evolución de
las especies no es independiente de la evolución del ambiente
sino que ambos están fuertemente acoplados en un proceso singular
e inseparable: las rocas, el aire y los océanos son a Gaia
como el caparazón es al caracol.
La teoría de Gaia predice que el clima y la composición
química de la Tierra se conservan homeostáticamente
durante largos períodos de tiempo hasta que algún conflicto
interior o fuerza externa provoca un salto a un nuevo estado estacionario.
La evolución a saltos y la persistencia de abundantes océanos
son de esperar en un planeta de estas características.
Esta idea comenzó
a formarse cuando en los ’70 Lovelock fue invitado por la NASA
para trabajar en el proyecto Viking que tuvo como objetivo encontrar
vida en Marte. Pensando en la influencia que impondría
la vida, de existir, sobre un determinado planeta, llegó a
la conclusión de que, para que los productos de su metabolismo
fueran reincorporados al ciclo vital, la vida se vería obligada
a utilizar la atmósfera y los océanos para el transporte
de sus materias primas y desechos. Esto modificaría la composición
química de la atmósfera hasta convertirla en algo claramente
diferente a la de un planeta sin vida. Comparando la composición
atmosférica de Marte (cercana al equilibrio químico)
y la de la Tierra que se encuentra en permanente desequilibrio, Lovelock
sugirió que Marte no tenía vida, lo cual no les gustó
para nada a los “capos” de la NASA.
También
indicó que la vida en un planeta no puede existir de modo disperso
excepto al principio y al final de su existencia. Al proponerse demostrar
que sólo cuando la vida se hace cargo de su planeta y lo ocupa
de manera extensiva se cumplen las condiciones para su persistencia,
es que comenzó el desarrollo de la teoría de Gaia.
“La ventura
de la quietud y la perseverancia se funda en que uno se halle en correspondencia
con la índole ilimitada de la Tierra” (I Ching)
Hay dos cuestiones
que llaman poderosamente la atención: por qué persistieron
los océanos en la Tierra y la constancia del clima a pesar
del incremento aparentemente uniforme del calor irradiado por el Sol
(cuando empezó la vida en la Tierra, hace 3800 millones de
años, el Sol irradiaba alrededor de un 30% menos que en el
presente). Estos interrogantes se aclaran cuando se consideran como
fenómenos de un planeta vivo.
“Cuando nos dirigimos hacia la Tierra desde el espacio, lo primero
que apreciamos es el límite atmosférico que engloba
a Gaia, luego los límites de un ecosistema, después
la piel o corteza de los seres vivos, más allá están
las membranas celulares y finalmente los núcleos de las células
y su ADN. Si se define a la vida como un sistema autoorganizado que
mantiene activamente una entropía baja, entonces visto desde
el exterior de cada uno de estos límites, lo que hay adentro
está vivo.” (James Lovelock, Las Edades de Gaia).
Se estima que cuando
se formaron los planetas, Venus y Marte habrían contenido importantes
volúmenes de agua. ¿Entonces por qué sólo
la Tierra tiene océanos? El oxígeno O del agua
se consume en la oxidación de hierro y azufre; esta reacción
libera hidrógeno H que por ser muy liviano tiende a escaparse
al espacio. Así Venus y Marte perdieron sus océanos
para siempre y evolucionaron hacia un estado de oxidación;
en la Tierra, la aparición temprana de las primitivas bacterias
fotosintetizadoras, que dividen el anhídrido carbónico
CO2 en carbono C y O, suministraron el O necesario
para reponer el que se consume en los procesos de oxidación
de la superficie del planeta, reaccionando con el H para formar agua,
impidiendo que se perdiese H al espacio. También la actividad
bacteriana contribuyó al enterramiento del C. Por cada átomo
de C fijado en los sedimentos se liberan dos átomos de O que
captan cuatro de H para formar dos moléculas de agua. Existieron
bacterias que captaron H transformándolo en metano, gas sulfhídrico
y otros compuestos menos volátiles, impidiendo su fuga al espacio.
Si no hubiera existido la vida, la Tierra se habría desecado
en menos de 1500 millones de años. Así la vida arcaica
salvó al planeta de una muerte polvorienta.
Siendo el CO2
un gas de efecto invernadero, tiene una gran importancia en la regulación
de la temperatura superficial de la Tierra; si sumamos el efecto invernadero
del CO2 al aumento progresivo de radiación solar,
el resultado es que la temperatura de la superficie de la Tierra debería
haber aumentado a tal punto de hacer insostenible la vida en el planeta.
Si esto no ocurrió fue debido a que la fauna microbiana primitiva,
al fijar grandes cantidades de C en los sedimentos, provocó
una importante disminución del CO2 atmosférico
y como consecuencia un efecto que contrarrestó el progresivo
e inevitable aumento de radiación solar.
Este mecanismo
homeostático siguió funcionando a lo largo de los eones
como si toda la vida, incluidos los vertebrados, colaborasen para
hacer disminuir el CO2 de la atmósfera. Sin embargo
este proceso de regulación de la temperatura está llegando
a su límite: en la última glaciación el CO2
bajó a sólo 220 ppm. y desde hace 10 millones de años
vienen evolucionando hierbas que se adaptan a menores necesidades
de CO2; pero este gas es fundamental para la vida por lo
que no debe llegar a niveles excesivamente bajos. Como la radiación
solar seguirá aumentando en el tiempo, la vida debería
adaptarse a vivir en un clima cada vez más caliente.
Sin embargo esto no sería una solución a largo plazo.
Durante más
de tres mil millones de años el mecanismo homeostático
de regulación del contenido de CO2 atmosférico
funcionó adecuadamente para contrarrestar el aumento de radiación
solar.
Es curioso que
justo cuando este mecanismo está llegando a su límite
aparece sobre la Tierra una especie con gran capacidad de provocar
importantes cambios geoquímicos en un corto período
de tiempo. ¿No será el homo sapiens una necesidad de
Gaia? Si nuestra misión es transformar la química de
la superficie terrestre se podría decir que lo estamos haciendo
con éxito. Pero, al no tener cabal conciencia de las
necesidades de Gaia estamos provocando una crisis que Gaia superará
en un tiempo que, comparado con su longeva edad, no será muy
grande, pero como dice Lovelock “las nuevas condiciones que
lleven a un estado de equilibrio estacionario podrían no ser
adecuadas para la persistencia de la especie humana en el planeta”
... “si el mundo se hace poco habitable por nuestra causa, existe
la posibilidad de un cambio a otro régimen que será
mejor para la vida, pero no necesariamente mejor para nosotros y aunque
Gaia pueda ser inmune a las excentricidades de una especie díscola
como el homo sapiens, ello no implica que el hombre como especie esté
a salvo de su locura colectiva”.
A la luz de Gaia
y de la plena comprensión de sus mecanismos de autorregulación,
deberíamos investigar cuáles son las necesidades de
nuestro planeta para las cuales posiblemente hemos sido creados. La
nueva ciencia que estudia estos procesos es la Geofisiología;
si descubrimos los mecanismos por los cuales Gaia se ha mantenido
saludable (Lovelock ya ha dado los primeros pasos) es probable que
entendamos qué papel nos cabe en la transformación del
ambiente para que Gaia siga sosteniendo la vida en este planeta.
“¿Hay
algún médico allá afuera ?”.
Despertar Con – Ciencia
Esta perspectiva
orgánica de la Naturaleza nos conducirá a un cambio
de paradigma en las ciencias pero es inevitable abordar el rol que
juega la conciencia en el universo. Y no sólo me refiero a
mi conciencia o la tuya, sino a esa conexión con el universo
que nos engloba y cuya consumación da sentido a nuestras vidas.
Existe una conciencia
que distingue ingenuamente el Ser y el mundo como “dos cosas”
que ve en oposición y que siente como antagónicas. (José
L. D’Amato en Poco Humano)
En esa gran obra de la ciencia
ficción titulada El Fin de la Infancia de Arthur Clarck
se menciona que “...una teoría
total del universo no puede dejar de lado el fenómeno de la
conciencia”.
La física cuántica
se insinúa como la disciplina científica más
prometedora como para elucidar esta cuestión, siempre y cuando
los científicos se animaran a descartar prejuicios y comenzar
a construir un nuevo paradigma.
También la biología
del conocimiento está avanzando en este terreno y si la biología
molecular se dejase de los jueguitos peligrosísimos de la manipulación
de genes (que tantos beneficios económicos les está
dando a unos pocos) podría hacer grandes contribuciones en
esta dirección. ¿Cuál es el lugar físico
del origen de nuestra conciencia?
Necesitamos saber cómo
funciona el mundo.
Uno de los elementos centrales de la actual crisis en la educación
y el conocimiento es la concepción mecanicista –
materialista prevaleciente en los dos últimos siglos. Actualmente
toda visión no reductible a la interrelación de fuerzas
ó entidades materiales es considerada fuera del dominio de
la ciencia y del verdadero conocimiento. Todas las ramas de la ciencia
que se refieren a la vida ó al hombre (biología, medicina,
antropología, sicología, sociología) se basan
en esta concepción mecanicista – materialista que representa
supuestamente la única descripción científica
legítima del universo.
Sin embargo esto no tiene nada que ver con la ciencia moderna sino
que está edificada sobre la física del siglo XIX en
un concepto del conocimiento que ya no tiene validez. La revolución
científica iniciada por Copérnico, continuada por Kepler
y Galileo y que culmina en Newton con su ley de gravitación
universal son un conjunto de leyes deterministas que gobiernan todas
las entidades materiales en un supuesto marco de referencia de tiempo
y espacio absolutos e independientes.
Estos fueron los lineamientos de la nueva física que durante
el siglo XIX influenció fuertemente todos los dominios del
conocimiento bajo el paradigma mecanicista: se suponía que
la vida era un fenómeno gobernado por las mismas leyes que
actúan sobre la materia inanimada y por lo tanto los seres
vivos fueron igualados a las máquinas, más complejos
pero no esencialmente diferentes; en consecuencia el mundo humano
estaría gobernado por las mismas leyes deterministas que fueron
exitosas en la física.
Como el comportamiento humano siguió desafiando el intento
de ser reducido a un conjunto de leyes deterministas, se pensó
que era sólo cuestión de tiempo poder predecir el comportamiento
del hombre como el curso de los cuerpos celestes. Surgió la
escuela psicológica del conductismo que intentó demostrar
la predictibilidad y control del comportamiento humano.
Este concepto del
universo comenzó a tener problemas para explicar el electromagnetismo,
empezó a derrumbarse con la teoría atómica, fue
sepultado por la relatividad y finalmente desapareció con la
mecánica cuántica. Sin embargo no ha podido ser desarraigado
del pensamiento actual y domina muchos campos del conocimiento y sobre
todo de la aplicación de la tecnología. El paradigma
mecanicista sigue siendo válido en la cosmovisión del
mundo occidentalizado. (José L.
D’Amato, Revista Mutantia, 1982).
El problema de la conciencia casi siempre ha sido enfocado desde el
terreno de la filosofía, mientras que los hombres de ciencia
que abordaron este tema intentando soslayar las dualidades materia/
espíritu, orgánico/ inorgánico, racional / irracional,
animado / inanimado, cuerpo/ alma, y tantas otras simplificaciones
maniqueas, terminaron “acusados” de místicos (como
David Bohm) en el mejor de los casos, ó fueron ignorados (como
Lovelock) ó perseguidos como Wilhelm Reich.
Tal vez el primer hombre de ciencia que abordó con amplitud
esta cuestión fue Teilhard de Chardín en El Fenómeno
Humano. Claro que Teilhard además de geólogo y paleontólogo
era sacerdote católico, por lo que su obra (además de
haber sido muy cuestionada por la Iglesia) nunca se tomó estrictamente
como “científica” y, más allá
de algunas conclusiones de orden teológico que uno podrá
compartir ó no y que fueron necesarias incluir para no despertar
las iras papistas, El Fenómeno Humano es el primer tratado
científico de la evolución de la conciencia y muestra
un camino por el que los hombres de ciencia debemos comenzar a transitar
si no queremos terminar con nuestra inteligencia (y nuestros huesos)
al servicio de las multinacionales.
La Evolución se Mira al Espejo
En 1983 mis huesos
anduvieron por los pasillos de la Multiversidad de Buenos Aires, un
proyecto educativo / alternativo donde exploramos la libertad, el
desaprendizaje, el arte, la meditación y el encuentro verdadero
entre seres humanos; en un momento un grupo de “multiversitarios”
me pidió una colaboración para una revista muy artesanal
donde quedó publicado un artículo que transcribiré
textualmente a pesar de las ganas que me dan de rescribir algunos
párrafos y de que algunos datos hoy carecen de validez como
la edad del Universo.
“Desde hace siglo y medio está a punto de realizarse
en nuestros espíritus el acontecimiento tal vez más
prodigioso jamás registrado por la Historia: el acceso definitivo
a la Conciencia, hacia un cuadro de dimensiones nuevas, y como consecuencia,
el nacimiento de un Universo completamente renovado, sin un cambio
de sus líneas ni de sus pliegues, por una simple transformación
de su trama íntima"
P. Teilhard de Chardin
Teilhard de Chardin comienza su libro El Fenómeno Humano
con el siguiente pensamiento: “Desplazar un objeto hacia atrás
en el pasado, equivale a reducirlo a sus elementos más simples.
Recorridas tan lejos como sea posible en la dirección de sus
orígenes, las últimas fibras del compuesto humano van
a confundirse ante nuestros ojos con la trama misma del Universo.”
Los cosmólogos acuerdan actualmente que la edad del universo
es de alrededor de quince mil millones de años, es decir quince mil millones de años nos
separan del origen, ese oscuro punto del espacio-tiempo que rebasa
los límites del raciocinio científico, del pensamiento
filosófico, de la sabiduría de las religiones.
Fuera del problema
del origen, hoy sabemos que la materia a partir del átomo elemental
de hidrógeno ha ido complejificándose y organizándose
en grados progresivos. Inicialmente procesos gravitacionales concentraron
la materia hasta tal punto que dos núcleos de átomos
de hidrógeno (protones cargados positivamente) fueron forzados
a acercarse venciendo la fuerza de repulsión eléctrica,
fusionándose en un átomo de helio con dos protones en
su núcleo, unidos por una fuerza más poderosa que la
repulsión eléctrica: la fuerza nuclear; un átomo
de helio y uno de hidrógeno formaron uno de litio en idéntico
proceso en el que se libera gran cantidad de energía en forma
de luz y calor.
Nacen así
las estrellas, inmensos hornos termonucleares donde la materia se
transforma constantemente. En estos quince mil millones de años de
evolución cósmica han ocurrido numerosos ciclos de nacimiento
de estrellas (por concentración de polvo cósmico) y
muerte en fabulosos cataclismos estelares que nuevamente esparce por
el espacio la materia que las constituía. Pero esta materia
no es exactamente la misma que les dio origen, es más compleja,
ahora existen átomos con decenas de protones en el núcleo
y varias órbitas de electrones: ¡La materia ha evolucionado!.
Hoy sabemos que
el Sol es una estrella de tercera generación con la consiguiente
complejificación de la materia; la Tierra está formada
de la misma materia que el Sol y nuestro propio cuerpo de la materia
que constituye la Tierra. Es así que llevamos dentro nuestro
quince mil millones de años de
evolución cósmica. En la terminología de Teilhard
de Chardin: Cosmogénesis, Geogénesis y Antropogénesis:
aquí el despertar de la reflexión en los homínidos
más evolucionados, quizás sea uno de los fenómenos
más trascendentes, pues ese proceso de evolución cósmica
se ve reflejado a sí mismo en el hombre.
El fenómeno
de la reflexión es el evento más nuevo aportado por
la evolución en los últimos millones de años,
así como lo fue una vez el huevo, que independizó a
los anfibios del medio acuático transformándolos en
reptiles. ¿Pero cuántos fracasos se habrán producido
en los aproximadamente cincuenta millones de años que necesitó
la evolución para que los nacientes reptiles afirmaran su presencia
sobre el planeta, con este nuevo procedimiento de fecundación/
reproducción?
De la misma manera
el fenómeno de la reflexión que sólo cuenta con
dos millones de años está sufriendo innumerables ajustes
de orden evolutivo. Especialmente en los últimos años
la especie humana parece haber perdido completamente el rumbo al punto
tal de hallarse en el umbral de su extinción.
Dice el I Ching:
“Así como la energía luminosa representa la vida,
la fuerza sombría representa la muerte. En el Otoño,
cuando se precipita la temprana escarcha, sólo comienza a desplegarse
la fuerza de la oscuridad y del frío. Luego de los primeros
indicios y conforme a leyes fijas, las manifestaciones de la muerte
se irán multiplicando paulatinamente hasta que al fin se presente
el rígido invierno con su hielo. Exactamente igual sucede en
la vida. Cuando aparecen ciertas señales apenas perceptibles
de decadencia, la cosa continuará hasta que finalmente se produzca
el ocaso. Pero en la vida pueden tomarse precauciones si se tiene
en cuenta las señales de la decadencia y se las encara a tiempo”.
En estos momentos
las señales de la decadencia son bien evidentes y es tarea
nuestra tomar las precauciones para evitar que la especie humana sea
un fracaso de la naturaleza como muchas otras especies que se extinguieron
sin dejar descendientes que siguieran una línea evolutiva.
De todas maneras
la evolución no es un procedimiento particular de la vida en
la Tierra sino que es un proceso de orden cósmico que juega
con la ley de probabilidades tanteando todas las formas posibles de
organizar la materia. Si el hombre desapareciera incluso arrastrando
en su destrucción a todo el planeta, el Cosmos no dejará
por ello de evolucionar, pero sería muy hermoso que la especie
humana, armonizándose con su propio planeta, entrara en sintonía
con la gran danza cósmica de la evolución.
Sólo tenemos
dos alternativas: o contemplamos inoperantemente el fracaso del hombre
hacia formas de socialización más armónicas o
trabajamos para cambiar los fundamentos de nuestra actual civilización,
tomando conciencia que nuestra vida sólo tiene sentido si logramos
darle continuidad a ese proceso evolutivo que comenzó con el
Universo mismo.
¿Será la Vida el objetivo de la evolución cósmica?
Que el Universo está
en evolución hoy está bien establecido, a lo que debemos
agregar la idea original de Henri Bergson de que la evolución
es creadora: en un universo en evolución, ningún suceso
podría ser predicho incluso si conociéramos el estado
exacto del universo primitivo.
La segunda ley de la termodinámica nos dice que cuando la energía
se transforma en calor algo se pierde irremediablemente, hay un aumento
del desorden a lo cual se denomina entropía y los sucesos se
vuelven predecibles.
Sin embargo la vida
va en contra de la segunda ley pues además de ser un suceso
altamente improbable, remonta el flujo del tiempo al establecer en
su entorno una disipación de entropía a través
de un reordenamiento de la energía. Por eso decimos que la
vida es negentrópica o antientrópica.
Por lo
tanto el universo está en evolución, la evolución
es creadora y por lo tanto negentrópica y no puede retroceder
y, en última instancia, la evolución es creadora de
conciencia por lo que se podría concluir que la conciencia
es parte del universo, que se va desplegando a medida que éste
evoluciona y se concentra allí donde haya vida como el espacio-tiempo
se concentra allí donde hay materia.
Aunque la evolución
se enriquezca con sucesos azarosos, una vez que sus tanteos logran
producir un salto en sus patrones organizativos, el entorno –o
factores telúrico / cósmicos- comienza a jugar a favor
del nuevo “producto” de la evolución.
Esta idea es novedosa; la naturaleza
aparentemente no tiene “intencionalidad” y muchos investigadores
aseguran que la vida avanza
por ensayo y error, que no hay un plan, sólo evolución.
¿Y si hay
un plan que se modifica con cada ensayo exitoso?